Medir es asociar, de alguna manera, números a atributos que se dejan. Y a los que no se dejen, se les hace que consientan. Hemos llegado a la sociedad métrica animal-decimal.
No importa, pero aporta. Hay que medir la edad, el tiempo de asueto y el tiempo de obligación. Tienes que medir lo que duermes. Lo que comes, por partes: proteínas, carbohidratos, azucares, sal, pimienta y azafrán. Se mide la solidaridad: tanto al mes. Se mide tu tontuna y tu listura. Se es hábil según una escala. Luego te lo resumen en manitas o manazas, pero lo sabemos medir. La calidad y cualidad de los pecados y tiempos u oraciones de rehabilitación. Eres según la longitud de tu coche, la superficie de tu vivienda y el ¿volumen? de tus negocios. O por lo bruto y lo neto. Pagas, aparte: dos. La diversión en kilómetros, dinero, gramos y decilitros. También en escala de estrellas. Y longitud de la playa y profundidad del mar. Y temperatura. O altura de los montes.
El "share", el percentil de los kilos del bebé, los sopapos de la tierra en Richter. Lo llovido y el secano.
Los tiempos del universo: pasado y los que nos queda para gigantes rojos y enanos blancos.
Hay que medir palabras. Se tienen que medir las consecuencias. Hay que medir la gravedad de los hechos.
¿Quién se tira conmigo al mar de los sin recuentos?
No mediremos nada porque no habrá consecuencias.
Nada será grave.
Son aguas del dolce far niente.
Palabras sin calcular.
No firmaremos contratos locos de esos que sólo valoran el precio de su rotura.
¿venís?
No hay comentarios:
Publicar un comentario