Lo dicen los que saben de palabras. "Estibador: Obrero que se ocupa en la carga y descarga de un buque y distribuye convenientemente los pesos en él".
Estibadores somos todos. La vida es una sucesión de cargas y descargas de culpas.
Desde que comienzan a educarnos, empieza la carga. "Eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca" dice el Joan Manuel. Es lo primerito que entendemos cuando empezamos a entender. Luego vienen los momentos iconoclastas: "Eso lo digo, eso lo hago, eso lo toco". Y después ya, comenzamos a estibar. Para andar ligero o, mejor dicho, para poder andar y que el peso no nos clave al suelo ni la ingravidez nos haga flotar, tiramos por la borda lo que pesa en exceso y colocamos en la bodega de las justificaciones el resto. Esas son las dos direcciones, al fondo del mar o bien amarrado para que no se desplace y nos escore. El buque puede cortar la mar en las calmas y maniobrar con agilidad en las tormentas. Las cartas de navegación serían simples y cómodas. Lo malo es cuando se castra de cuajo una de las dos direcciones.
Me explico.
La borda me parece un desperdicio y elijo al buque insignia de la flota para lanzar sobre su cubierta, sin atar ni asegurar, los auténticos "culpones" que lastrarían la imagen que me priva proyectar. Lo lanzo en parábola por elevación para que, a ser posible, pueda ser visto por toda la humanidad de La Tierra y de Cassiopea. Mi exculpación y mi miseria de rata marina me hacen gozar observando sus zozobras. Y que no se le ocurra retomar el gobierno de la nave, que inicio otro bombardeo. Y otro. Y otro más. Y llamo a mis primos, los más fuertes que tengo, para iniciar el siguiente si lo anterior no fue suficiente.
(sigo mañana que me está empezando a escocer el raspón)
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