Educar es pensar. Pensar alegremente. Sin repeticiones, sin ritmos. Que fluya. Y actuar ajustándose a esos pensamientos. Eso es lo que percibe el educando. La sincronía de sentimientos y acciones. Y si se habla, que sea en absoluta coherencia con los efluvios de la mente. En un columpio los tres: pensamientos, palabras y actos. Arriba y abajo simultáneamente.
Nunca se puede pensar en lo que se debería decir. Eso no son pensamientos. Son excreciones de la cultura que me es ajena. Jamás pensar en que tendría que decir para satisfacer a los dueños de mi voluntad. Que se lo digan ellos. No diré lo que pienso que diría quién le falta al pupilo por desavenencias mías. Eso suena a la falsedad que odio.
Lo demás es llevar al muchacho a la incomprensible contradicción. Dejarle perdido en la muchedumbre humana.
Educar es pensar... no siempre tan alegremente. Fluye y no fluye. Es incronía y asincronía. Ahhh... y siempre esos hilos que no se romperán nunca. Nunca. Quizá sea lo único permanente, lo demás, en cuestión de educar, es tan desencontrado... Al menos a mí me lo parece. Yo que sé qué será, de todo lo que le dejo, lo que le servirá realmente en su mundo...
ResponderEliminarTeórizas sobre la educación. Todo consiste en que, cada vez que se crucen vuestras miradas, la otra vea un "te quiero"
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