sábado, 11 de mayo de 2013
Lascivia y libre albedrío
La droga de las gónadas manda mucho, pero me niego a ser el Comendador. Mi libre albedrío es más prisionero que mis amados Nícola y Bartolomeo y morirá, como ellos, chamuscado por una descarga falsa. Yo seré Fuenteovejuna y yo el Comendador si hallo a una Laurencia que me pruebe el robo de un roce. Pero mientras, me sentiré Frondoso. Seré el paladín que acabará con el derecho de pernada y defenderá, a capa y espada, el libre albedrío de los demás. Se lo supongo, aunque yo lo desconozca.
Escribiré un tratado sobre el deseo que distinga hormonas de dopamina. De las diferencias entre la procreación y la aceptación. De la lejanía entre la lascivia y el amor. De la cercanía que existe entre el deseo y la comprensión. Y de que sí dispongo de músculo, más que entrenado, para imponer mi albedrío en esta ocasión. No me voy a confundir ni me van a confundir. Aún mantengo a la humanidad de blanco. Todavía no sé como agarrar el pincel de colorear.
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A veces un sólo instante es todo eternidad. Vive para siempre. Y da igual lo que nos contaron, lo que aprendiste, lo que creas, lo que no creas. El deseo estuvo ahí. Era blanco. Y nunca precisó ningún pincel con el que poner color alguno a nada. ¿Libre albedrío? No lo sé, pero lo volvería a caminar.
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