lunes, 27 de febrero de 2012

Una palabra

Una palabra es suficiente para destrozar al torbellino. Cuando nos deleitamos en la hamaca de la soledad con recorridos mentales por todas las desgracias que acontecen en nuestros vivires, basta una palabra ajena. Es como un muro de contención. Toda la avalancha frena en seco. Se enfoca la atención a la palabra y a quien esconde ésta. Y para el mal. Aparece la curiosidad, la interpretación, la adivinación de lo que esconde aquella. Es un buen método. Es un emplasto, como el de Sor Virginia para el lumbago, pero para la melancolía. Hay que hacer uso exhaustivo del método. Pedir una palabra a quien sea y frenar en seco.

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